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Educación emocional

 

 

Alice Miller dice en el libro El drama del niño dotado que “todas las emociones que los padres no son capaces de reconocer (a menudo porque las han reprimido), sus hijos también dejan de expresarlas, y es muy probable que así mismo dejen de sentirlas...” Es necesario ampliar nuestro registro de emociones con un proceso de crecimiento personal, consciente y real, asumiendo hasta dónde podremos llegar.

 

Al igual que no todas las personas nadan o tocan el violín igual, también tenemos capacidades y potenciales emocionales diferentes. Pero una buena educación  siempre las amplia.

 

 

Una necesidad para la salud y el bienestar

 

Para estar equilibrados, tan importante es aprender a pensar bien como aprender a sentir de forma inteligente y saludable. A menudo, vemos personas intelectualmente muy capaces que son auténticos desastres éticos o morales y que llevan su vida personal de forma nefasta.

 

 

Tenemos que enseñar a nuestros hijos no a reprimir emociones “que no convengan”, si no a distinguir cuándo, dónde y cómo tienen que expresarlas. La alegría, el miedo, la rabia, la tristeza... no tienen por qué preocuparnos si sabemos cómo comunicarlas, de forma natural, asertiva y apropiada para quien lo expresa y lo recibe.

 

 

Es importante aprender a comunicar. Pero para enseñar y hacerlo bien, los adultos debemos seguir aprendiendo. Es uno de los deberes morales que tenemos o, como mínimo, saber dónde nos encontramos nosotros. Un maestro o un padre pueden decir: “Es que esto de las emociones me cuesta mucho, y quizá no sea la persona más indicada para ayudar…” Que al adulto le cueste es lícito, y que lo reconozca es el acto mínimo de honestidad que podemos exigir para nuestros hijos. Lo que ya no se puede decir es “que esto de las emociones son tonterías”.

 

 

Lo que nos configura emocionalmente, es lo que hemos respirado en la familia. Es un campo de resonancias emocionales muy potente y la vinculación con los padres deja huellas muy hondas. A menudo incluso lo que se respira en la familia tiene más fuerza que nuestros propósitos e intenciones conscientes. Tanto si repetimos comportamientos heredados como si buscamos completamente lo contrario, quedará menguada nuestra/su capacidad de decisión individual, la libertad para elegir qué queremos o qué quieren, les haremos poco libres. Es necesario que eduquemos para generar posibilidades y hacer resplandecer el tesoro interior que cada uno tiene en su vida.

 

No es necesario deshacerse de nuestro bagaje, o rechazar nuestra cultura o conocimientos. Lo que deberemos hacer es “reorganizar  reinterpretar nuestras emociones”, hacer un análisis de los hábitos y pautas de ida que tenemos y enseñamos a nuestros hijos y ver cuáles nos resultan poco apropiados  no sirven para construir nuevos sentimientos.

 

 

Confianza para educar

 

¿Cómo podemos acompañarles para fortalecerles emocionalmente? Dejándoles vivir y sentir sus emociones y educándoles para afrontarlas. A menudo, se reprimen o esconden emociones para protegerlos, para que no sufran (la tristeza, la enfermedad, el desamor, el dolor emocional…) Cuando hacemos esto, les estamos infravalorando, tratándoles como pusilánimes, cuando en realidad el alma de los niños es muy, muy grande.

 

 

También se tiene la idea de que “lo que no se dice o de lo que no se habla, no existe”. Pero sí existe y tendrán que enfrentarse solos y desorientados, sin modelo ni guía. Serán débiles emocionales porque han aprendido a serlo, no les hemos dado herramientas, siendo, a menudo, nosotros los que no somos capaces. Cuando el adulto hace una buena depuración de sus emociones y encuentra las palabras justas para expresar las cosas que siente, el niño puede con ello, sea lo que sea.

 

 

A veces nos cuesta mantener la confianza porque educar requiere lucidez y la humildad de hacer solo lo que está en nuestras manos dejando el resto en manos de la vida. Hay que tener una confi anza inmensa en lo que decían Perls, Rogers y otros humanistas: “Cada persona tiende a hacer lo mejor para sí misma, para su propio impulso vital”.

 

“Hay que dejar a los niños que se equivoquen, que se enfaden, que busquen alternativas a su mal humor, a sus dudas, a su frustración y confiar siempre en su brújula interior, dejándoles siempre apoyarse en nosotros cuando les duela el corazón”.