Reportaje

Maestro flamenco

Al cabo de medio siglo de oficio, el guitarrista Antonio el Muñeco es uno de los grandes del arte flamenco. Nació en Vallecas, pero vive en Boadilla desde hace mucho y se considera "de aquí". Guitarra en ristre, ha recorrido medio mundo junto a los mejores de la especialidad. Actualmente sigue en activo en El Corral de la Morería, uno de los mejores tablaos flamencos del mundo.

 

Puede que para los menos entendidos su nombre carezca de la resonancia de otros de mayor relieve, como Paco de Lucía. Pero Antonio Zorí Muñoz El Muñeco (Madrid, 1951) es uno de los grandes de la guitarra flamenca contemporánea. Afincado en Boadilla desde hace tres lustros, hemos tenido ocasión de compartir con él un largo desayuno en el que nos ha relatado muchas de sus vivencias y buena parte de su vasta experiencia profesional.

 

Elocuente, de gesto serio y verbo directo, mira a los ojos cuando habla de su oficio con esa solidez que respalda medio siglo de trayectoria ininterrumpida a las espaldas. Siempre junto a los grandes de su especialidad musical, El Muñeco revive sus orígenes con rotunda claridad cuando le preguntamos, y nos explica que siempre fue apasionado de un arte que muchos atribuyen a la etnia gitana.

 

Todo comenzó en Vallecas. “Me enseñó, y bien enseñado, mi padre, el auténtico Muñeco, cuando yo tenía catorce años, antes de pasar por el tablao flamenco de Las Cuevas de Nemesio, en la Cava Baja. Le llamaban El Muñeco porque era guapetón y siempre vestía bien; yo me quedé con su apodo. Era un aficionado tremendo, un estudioso de este arte y un gran guitarrista que me apoyó completamente”, explica. “Desde el principio me relacioné con cantaores que hoy no se conocen tanto como José Mercé Camarón, pero que fueron relevantes: Jacinto Almadén, El Calcetines, Villanueva, Gor dito de Triana… Era tan joven cuando empecé, que legalmente no podía trabajar, pero como era alto, adecuadamente vestido pasaba por más mayor”.

 

Como la mayoría en su gremio, El Muñeco es guitarrista de oficio y oído, “aunque estudié cuatro años de solfeo”. Su padre le hacía ensayar de diez a doce horas diarias. “Con las manos era más rápido que Bahamontes”, bromea comparándose al legendario ciclista.

 

Siempre con los mejores

 

“Toqué con mi padre, claro, y también con la familia gitana de Los Pelaos. A los 17 me buscó Cristóbal Reyes para tocar en Torre Bermejas”, relata. “Fue una experiencia tremenda por la cantidad y la calidad de los guitarristas que pasaban por allí. Hasta que me oyó el mítico bailaor Rafael de Córdoba –de quien llegó a ser primer guitarra en su compañía– y me llevó con él a televisión. Hicimos un año de gira recalando en Méjico, Puerto Rico, Panamá, Costa Rica, Hawaii (EE.UU.), Argentina y finalmente Japón. Cuando volví mi madre ni me conocía”.

 

Diestro en todos los palos del flamenco (tangos, tanguillos, rumbas, bulerías, alegrías…), añade: “Siempre tuve claro que el flamenco era lo mío. De esto hay que empaparse para desarrollarlo bien. Cada cantaor y cada bailaor lo hace a su manera, y debes estudiarlo para saber acoplarte”.

 

Antonio ha tocado con María Jiménez y con mitos como La Polaca –“una de las mejores personas que he conocido” y con la que he actuado en Venezuela, donde nos trataban como a reyes–, Luisillo, Faico, Ricardo El Veneno, El Fati... También ha participado en certámenes de primer nivel, como el Festival de las Minas, y ha tocado en Amman para la familia real jordana. Buena parte de su carrera profesional ha tenido como referente a Blanca del Rey en El Corral de la Morería, uno de los tablaos más prestigiosos del panorama donde después de 27 años sigue al pie del cañón con los grandes del género. Allí llegó de la mano de su entonces propietario, Manuel del Rey, “al que he querido en vida como si fuese familia”.

 

En la actualidad, ¿dónde se vive el flamenco? Pues sobre todo en Japón, pero también en Argentina; lo llevan en su cultura. Allí he estado en cinco ocasiones. También les gusta a los chinos que vienen a vernos.

 

Antonio, que también toca en diversas escuelas acompañando a jóvenes promesas del cante y el baile, confiesa que “he tenido mucha suerte. No me ha faltado trabajo y se han portado bien conmigo en todo, con los contratos, cantaores y bailaores…” Casado con Ana Mari –“una mujer extraordinaria que me soporta desde hace treinta años, aunque he sido muy centradito”–, es padre de dos hijas. “Ninguna ha seguido la tradición. Yo advertí: si queréis dedicaros a esto tenéis que ser las mejores”. Aquel aviso para navegantes debió causar efecto…

 

¿Y el relevo? ¿Cómo vienen las nuevas generaciones? La gente está muy preparada, pero eso es una cosa y otra distinta que tengan arte. Y yo veo que, en general, falta arte, y esto va de contagiar al público, de hacerle vibrar como vibras tú. Sí, se comen la guitarra a mordiscos, los hay rápidos, virtuosos, pero hacer flamenco es difícil. Hay que sentirlo y entender con quien tocas para acoplarte y no sobreponerte. Mi padre lo definía bien: “Detrás del cantaor, siempre detrás del cantaor”. Y además se ha perdido mucho: antes íbamos perfectamente vestidos, aunque no hubiese dinero. Había más personalidad, un purismo que se ha desvanecido. Hoy, cantaores y bailaores van de cualquier manera, aunque también hay gente muy buena: Cañizares, Jerónimo Maya, un gitano que ha trabajado muy duro, que conozco desde chico y al que quiero mucho…

 

¿Y qué tal en Boadilla? Aquí estamos encantados. Me gusta el ambiente, el espacio que hay, lo relajado de la vida, el nivel de la gente… Monto en bicicleta y camino por la zona del palacio de vez en cuando. Al principio me costó: vivíamos en Móstoles, donde nacieron mis hijas, y allí teníamos una casa estupenda. Pero una vez acostumbrados, no lo cambio. Aquí se ve prosperidad y las cosas funcionan. Esto es otra cosa.

 

Próxima actuación en Boadilla: el 20 de diciembre


El Muñeco actuará el mes que viene junto al Ballet de Pilar Domínguez interpretando la obra Nostalgia Flamenca de la Navidad, una sinfonía fl amenca creada hace 20 años por el escritor Jose Luis Olaizola y el compositor y músico Rafael Martínez, ambos vecinos del municipio. De momento este año hay confirmada una función –el año pasado fueron dos–. Será el 20 de diciembre, en el Auditorio Municipal de Boadilla del Monte. Una buena ocasión para escuchar su guitarra y disfrutar su arte.