Boadilla y su historia

El Convento de la Encarnación

El convento y su iglesia se terminaron de construir en 1674. El edificio estuvo habitado hasta que, a mediados de los setenta, las Carmelitas lo abandonaron debido a su mal estado. Gracias a un acuerdo entre las monjas y una empresa privada, en 1998 se restauró y convirtió en lo que es hoy: un hotel de lujo.

 

Su verdadero nombre completo, tal como figura en las escrituras originales del siglo XVII, es el de Convento Carmelita de religiosas descalzas de la vocación de la Encarnación del Hijo de Dios de la Villa de Boadilla. Así es como su fundadora, doña María de Vera Gasca y Barco quiso que se llamara cuando lo fundó en 1670.

 

En 1975, las religiosas hicieron las gestiones oportunas para que el titular fuese la Encarnación y San José, por la valiosa protección que el Santo Patriarca les concedió durante la construcción del edificio en el que en la actualidad vive esta comunidad (situado a espaldas del Convento y la iglesia). Pero a pesar de todo, en Boadilla todos lo conocemos simplemente por “el Convento” y “la iglesia del Convento”, lógicamente porque no hay más que éste.

 

El convento y su iglesia se terminaron de construir en 1674, como así lo indica la inscripción dedicada a sus fundadores que recorre todo el friso del entablamento de la iglesia.

 

Un conjunto sencillo

 

El conjunto es de líneas sencillas de fábrica de ladrillo, siguiendo las pautas de las iglesias carmelitas. En su Libro de las Fundaciones, Teresa de Jesús estipulaba “que la casa jamás se labre sino fuera iglesia y que cumpla la necesidad y no sea superflua”. Aspectos que en Boadilla tienen exacto cumplimiento asemejándose a otros conventos de la época, como el de la Encarnación de Madrid, en un estilo barroco característico madrileño, que huye de recargamientos y ornamentación en busca de la sencillez y la funcionalidad. Es un ejemplo de cómo con pocos medios económicos y ornamentales se puede conseguir un efecto de gran belleza.

 

El interior del convento mantiene la misma sencillez que en los alzados. La construcción gira en torno a un pequeño claustro.

 

Su ubicación es idílica, situado en una pequeña ladera desde la que, por un lado, se domina la población y, por el otro, el monte de Boadilla y el palacio del Infante don Luis. Fue el sitio elegido por sus fundadores, Juan González de Uzqueta y Valdés y su esposa María de Vera, cuyas posesiones en Boadilla del Monte eran numerosas.

 

Fundación y primeros años


En 1670 fundaron el convento para albergar a Carmelitas Descalzas. Don Juan murió joven y no pudo verlo acabado, pero su viuda lo terminó en 1674.

 

Podemos conocer con detalle los pormenores de la fundación del convento, ya que las monjas del convento conservan el libro de las escrituras, que data de 1670, un ejemplar con cubiertas de piel de cabra que albergan el documento manuscrito. En él se recogen los aspectos legales, el testamento de José González a su hijo y el de éste a su esposa, encargándole todos los detalles referentes al convento.

 

El convento y la iglesia fueron dotados de todo lo necesario: “...fabricando a su costa el dicho Convento e Iglesia hasta ponerle en perfección con todos los adornos necesarios para el culto divino y componerlo de todas las alhajas competentes para el uso y comodidad de las Religiosas conforme a los estatutos de la orden, que ha de contar con 21 plazas de religiosas para cuyos alimentos y sustentación y mayor observancia del estado religioso, y que puedan vivir asistidas de todos los medios temporales, dota a dicho convento 4.200 ducados de renta efectivos cada año”.

 

Se establecía las misas que debían celebrar : una diaria, una a la semana “por la intención de los fundadores”, las nueve festividades de Nuestra Señora, las cuatro Pascuas del año y los días de San José, Santa Teresa, San Juan Bautista y el día del fallecimiento del señor Don Juan González y señora Doña María de Vera.

 

También se establecía cómo debían “presentarse perpetuamente” las Religiosas.

 

Sus habitantes

 

Desde su fundación, el convento siempre estuvo habitado por religiosas carmelitas de clausura. Las primeras vinieron de Alcalá de Henares. En la guerra civil fueron evacuadas a otros conventos, y una vez terminada ésta y restaurado el convento por Regiones Devastadas, volvieron sus silenciosas habitantes.

 

En él estuvieron treinta años más, hasta que a mediados de los setenta, y como consecuencia del mal estado del edificio, tuvieron que trasladarse a otro moderno, construido detras de la iglesia y donde viven más cómodas las pocas monjas de clausura que quedan.

 

Los fundadores habían dispuesto en su testamento que fueran enterrados en la Iglesia del Convento. En la cripta permanecieron muchos años hasta que, con la reforma, fueron trasladados al pequeño cementerio que hicieron las monjas en el actual convento.

 

El convento, deshabitado y abandonado, sin el cuidado de sus moradoras, se fue deteriorando día a día hasta prácticamente quedar en ruinas.

 

Los vecinos de Boadilla recuerdan con nostalgia el torno por donde se hablaba con las monjas y recogían los productos que ellas hacían o recogían en su huerta.

 

 

La restauración de 1998

 

En 1998 se acometió la rehabilitación integral del edificio, dentro de un acuerdo con la Comunidad Carmelita y la Diócesis de Getafe que supuso la salvación de este emblemático edificio del siglo XVII. Un gran reto, pues el conjunto monumental se encontraba en estado ruinoso.

 

Otro problema era la financiación de tan costosa obra. Se llegó a un acuerdo con una entidad privada que, a cambio de costear todas las obras de restauración respetando el valor histórico del edificio, se le cedería la explotación de las dependencias para la celebración de banquetes y eventos de todo tipo. Aún adaptándolo al nuevo uso que el edificio iba a tener, se realizó una recuperación rigurosa de la mano del experto arquitecto José Ramón Duralde, quien siguió la premisa de conservar lo máximo posible, hasta la última pieza original.

 

Dos años y medio duraron las obras de restauración y adaptación del convento. Se convertía así en un magnífico hotel de lujo que, con todo respeto a su fisonomía y a su pasado, comenzaba una nueva andadura. Se evitaron transformaciones radicales y la conservación del edificio –no sólo en apariencia, sino de manera real, con sus verdaderos elementos constructivos, forjados, escaleras o carpinterías– ha sido una constante. Las antiguas celdas de las monjas se convirtieron en confortables habitaciones con baño. Una pequeña capilla que se encontraba en la galería alta del claustro es ahora una apacible sala de lectura para los clientes del hotel. El antiguo refectorio, guardando su más pura esencia, fue transformado en un íntimo comedor para celebraciones familiares.

 

Todas las carpinterías originales fueron restauradas y realizadas a semejanza de las antiguas. Los solados de ladrillo también se reprodujeron de forma fidedigna.

 

Las fachadas del edificio fueron repuestas con ladrillo similar al existente, y las rejas de hierro de las ventanas restauradas así como las pinturas murales y, en general, todos los elementos originales del conjunto.

 

El pequeño claustro se cubrió con una gran estructura de cristal para aprovechar este espacio independientemente del frío, el calor o la lluvia, convirtiéndolo en un agradable lugar de esparcimiento.

 

Y para el jardín se buscó una solución de diseño muy sencillo, pero que lo alivia del rigor de los altos muros de ladrillo que lo enmarcan, principalmente con plantas trepadoras, reforzándolo con simples celosías para los vanos.

 

En resumen, una restauración cuidada y detallista, que se puede apreciar en todos los rincones, y que fue culminada con una exquisita decoración, con la recuperación de mobiliario antiguo y obras de arte...