En 1940 comenzó a instruirse por parte del Tribunal Supremo la denominada Causa General, que pretendía investigar los hechos y sucesos delictivos que habían tenido lugar durante la llamada “dominación roja”. Dentro del macro expediente de la Causa General se encuentra la Pieza especial de Madrid. Exhumaciones de mártires de la Cruzada, que incluye información sobre las fosas, personas asesinadas y exhumaciones durante la Guerra Civil.
Dentro del expediente nos interesa el denominado Ramo nº 2: Exhumaciones en Boadilla del Monte -FC CAUSA_GENERAL, 1536, EXP.3). 290 páginas en las que se incluyen las declaraciones de una serie de testigos (algunos de ellos reclusos) sobre los fusilamientos que tuvieron lugar en Boadilla del Monte durante los primeros meses de la guerra, entre agosto y diciembre de 1936, y fotografías de la exhumación de los cadáveres.
De los testimonios incluidos en el expediente se puede extraer una idea de la dramática situación. Desde principios de agosto de 1936 “se empezaron a construir unas fosas en el monte de Boadilla. Venían coches ligeros desde Madrid en los que traían detenidos que eran fusilados ya que desde el pueblo se oían los disparos”. Cuatro o cinco coches diarios desde los primeros días del mes de agosto y, a partir de septiembre, también llevaban a los asesinados en autobuses de línea, “algunos días no cesaban de ir y venir los coches abarrotados de presos”.
Milicianos de FAI, CNT y partido Comunista provenientes de la Checa de la Puerta del Ángel (establecida en la Iglesia de Santa Cristina) y de otras de Madrid, como la ubicada en el paseo de Monistrol, la de Fomento, pero sobre todo de la zona del puente de Segovia y del pueblo de Carabanchel. Los coches entraban por “un camino que parte desde el Ventorro del Cano y que iba a parar al llamado puente de Piedra. Iban por regla general, en un coche negro que le decían ‘el coche de la muerte’ con matrícula de Toledo, de cabida para ocho o diez personas”.
Un guarda forestal del monte de Boadilla explicó que “al cura párroco le recomendaron los del comité que se debía ausentar del pueblo, obedeciendo a estas indicaciones se marchó a la finca Romanillos donde no le admitieron los arrendatarios... entonces le llevaron nuevamente al comité. Fue conducido a Madrid...y ya no se volvió a saber nada más”.
Un electricista de Boadilla del Monte contó que, como vicepresidente del comité revolucionario del pueblo, dio órdenes a las milicias, compuestas por 21 miembros, para que no dejasen pasar ningún coche que condujese detenidos, cosa que consiguieron, si bien los fusilamientos continuaron llegando a Boadilla por los caminos del norte. Algunos testimonios aluden a que se unían a ellos algunos vecinos del pueblo, ya que cuando llegaban a Boadilla los milicianos de Madrid, entraban en el comité del pueblo donde mantenían conversaciones y posteriormente alguno de los miembros del comité de Boadilla acompañaba a los fusilamientos.
El entonces médico de Boadilla detallaba que entre los cadáveres aparecidos en el monte estaban los de “dos mujeres, abrazadas, que, por llevar ostensiblemente crucifijos de regular tamaño, con polvos de reliquias, debían ser religiosas, y en el pueblo decían que lo que llevaban era veneno”.
También alude al “asesinato del capellán del convento de monjas de Boadilla” cuyo cadáver fue profanado vistiéndose un miliciano con sus ropas. Este testigo también nos dice que “cierto día hubo un gran festejo en el pueblo con motivo del fusilamiento en el monte de un carabinero, que según decían había tomado parte en la represión de la revolución de octubre de 1934”.
El 3 de noviembre la población de Boadilla fue evacuada en masa ante la proximidad de las tropas sublevadas. Joaquín Lamarca Belios, entonces médico de Boadilla, explica que los miembros del comité “iban requiriendo, pistola en mano, a todos los vecinos para que así lo efectuaran, ante la proximidad de las tropas nacionales”.