Nacido en Tincry, en la región de Lorena, en 1721 encontramos a Hubert Dumandré estudiando en la Real Academia de Pintura y Escultura de París formándose, junto con su hermano Antonio, con Guillaume Cousteau, escultor del rey Luis XIV. Allí ambos hermanos fueron elegidos en 1728 por el marqués de Castelar, embajador del rey Felipe V en el país galo, para que trabajasen en la decoración de los jardines en el Real Sitio de San Ildefonso a las órdenes de Jean Tierry. Un momento, durante la primera parte del reinado de Felipe V, en el que los artistas franceses tenían un importante peso en la corte, pero que se acabaría, siendo destronados por los italianos, tras su matrimonio con la parmesana Isabel de Farnesio.
Tras la muerte de Tierry, trabajaron en el taller de Valsaín, donde se realizaban las esculturas para el palacio de San Ildefonso y el de Aranjuez. Primero con René Frémin y, posteriormente, con Jacques Bousseau, hasta que en 1740 fallece este último y Hubert quedará como director del taller.
Resulta muy ilustrativo que tanto Hubert como su hijo, Joaquín, remitieron en 1768 al entonces monarca, Carlos III, un memorial refiriendo las obras realizadas durante su estancia en nuestro país para la casa real. Todo ello con la curiosa intención de ser nombrados capitán ingeniero ordinario y subteniente delineador, respectivamente. Lo que tiene su explicación en que Hubert había iniciado su formación en el ámbito de la ingeniería militar en el país galo, aunque derivará en otra estrictamente artística. Pero sobre todo a que numerosos artistas habían obtenido un puesto y emolumentos trabajando en la entonces denominada ingeniería militar. Así pues, este memorial se nos presenta como la semblanza más fidedigna y completa que conocemos de los trabajos ejecutados por este escultor.



