Por lo que se refiere al infante don Luis, sentencia su opinión sobre su cara con una frase: “Este rey era muy feo, pero era guapo en comparación con su hermano, cuya cara daba verdaderamente miedo”. Resulta curiosa esta afirmación, ya que es la única que conocemos, que incida en la supuesta fealdad del infante quien, por otra parte, guardaba una gran semejanza con su hermano Carlos III.
El hermano mimado
Una de las valoraciones más significativas de Casanova es la que remite a la relación entre el infante y su hermano, el rey, cuando dice: “Las atenciones que prodiga a su hermano el infante son muy grandes; no sabe negarle nada; pero quiere ser siempre el amo. Se cree que le concederá el permiso de contraer un matrimonio de conciencia, pues teme que se condene, y no le gustan los bastardos. El infante ha tenido hasta el momento tres”.
“Las atenciones que [el rey] prodiga a su hermano el infante son muy grandes; no sabe negarle nada; pero quiere ser siempre el amo"
Incidiremos en varios aspectos. Por un lado, el gran afecto del rey por su hermano, que debió ser más que evidente en la corte. Pero desconocemos qué peticiones realizaba el infante que no le negaba su hermano, quien por otra parte debía tener la última palabra.
Por otra parte, la voluntad del infante de contraer matrimonio de conciencia, también conocido como matrimonio secreto, que se llevaba a cabo con el permiso de la autoridad religiosa o civil y por motivos “graves y urgentes”. En este caso, por haber concebido tres hijos bastardos.
Se supone que este matrimonio deseado por el infante lo fuese con alguna de las amantes madres de sus hijos.
Una vida licenciosa
La vida licenciosa del infante don Luis era bien conocida en la corte y entre el vulgo. De sus varias amantes conocemos fundamentalmente a Antonia María Rodríguez, a quien se dirigía como Antoñita. Pero, sobre todo, a María García Puertas, con quien reconoció haber tenido un hijo bastardo. Es por ello que llegó a considerarse la posibilidad de un matrimonio de conciencia con ésta, que finalmente acabó desterrada en Palencia.
La devoción del infante
Otra singular apreciación de Casanova es la que dice: “Este hermano del rey no viajaba nunca sin una imagen de la santísima Virgen que Mengs le había hecho. Era un cuadro que tenía dos pies de alto y tres y medio de ancho. La Santísima Virgen estaba sentada en la hierba y tenía los pies desnudos cruzados a la morisca; se veían sus santísimas piernas hasta la mitad de la pantorrilla.
“El infante estaba enamorado de ella [imagen de la Virgen], y tomaba por un sentimiento de devoción lo que no era más que el más culpable de todos los instintos voluptuosos"
Cuadro que inflamaba al alma por vía de los sentidos. El infante estaba enamorado de ella, y tomaba por un sentimiento de devoción lo que no era más que el más culpable de todos los instintos voluptuosos porque era imposible que al contemplar aquella imagen no ardiese en deseos de tener entre sus brazos, ardiente y viva, a la diosa que veía pintada en aquella tela.
Pero el infante no lo sospechaba. Estaba encantado de estar enamorado de la madre de Dios. Este amor le garantizaba la salvación eterna. Así son los españoles”.
Algunos autores, como Emiliano Herráez Pérez, biógrafo del infante don Luis, cuentan que este tenía en su oratorio una sagrada familia de Anton Mengs que le acompañaba en sus desplazamientos a los reales sitios.
Sin embargo, Casanova reseña con precisión una imagen de una virgen, no de una sagrada familia, cuya descripción nos hace pensar que la pudo ver en algún momento.
Por su parte, sorprende lo explícito de la voluptuosidad que veía Casanova en la imagen, al igual que, según el mismo, sentía el infante don Luis.